Historia - Maka-wi

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Un poco de Historia

La utilización de plantas medicinales por parte del humano se conoce desde tiempos inmemorables. Ya sea en Occidente como en Oriente, los principios de utilización, aunque difieran en pequeños matices, siempre conservaron la búsqueda de un mismo propósito: recuperar el equilibrio y la armonía.

Apollo

Protector de la salud y padre de Asclepios

Apolo (en griego: Ἀπόλλων, transl. Apóllōn, o Ἀπέλλων, transl. Apellōn) fue una de las divinidades principales de la mitología greco-romana, uno de los dioses olímpicos. Era hijo de Zeus y Leto, y hermano mellizo de Artemisa, poseía muchos atributos y funciones, y posiblemente después de Zeus fue el dios más influyente y venerado de todos los de la Antigüedad clásica. Los orígenes de su mito son oscuros, pero en el tiempo de Homero ya era de gran importancia, siendo uno de los más citados en la Ilíada. Era descrito como el dios de la divina distancia, que amenazaba o protegía desde lo alto de los cielos, siendo identificado con el sol y la luz de la verdad. Hacía a los hombres conscientes de sus pecados y era el agente de su purificación.

Era el dios de la muerte súbita, de las plagas y enfermedades, pero también el dios de la curación y de la protección contra las fuerzas malignas. Además, era el dios de la belleza, de la perfección, de la armonía, del equilibrio y de la razón, el iniciador de los jóvenes en el mundo de los adultos, estaba conectado a la naturaleza, a las hierbas y a los rebaños, y era protector de los pastores, marineros y arqueros.

Asclepio

En la mitología griega Asclepio o Asclepios (en griego Ἀσκληπιός), Esculapio para los romanos, fue el dios de la Medicina y la curación, venerado en Grecia en varios santuarios. Se dice que la familia de Hipócrates descendía de este dios.  Asclepios tenía el don de la curación y conocía muy bien la vegetación y en particular las plantas medicinales. Asclepios llegó a dominar el arte de la resurrección.

Los miembros de la familia de Asclepio también ejercían funciones médicas, así, su mujer, Epíone, calmaba el dolor, su hija Higea era el símbolo de la prevención, su hija Panacea era el símbolo del tratamiento, su hijo Telesforo era el símbolo de la convalecencia y sus hijos Macaón y Podalirio eran dioses protectores de los cirujanos y los médicos.



Carta de Esculapio a su hijo


Aspiración es esta de un alma generosa, de un espíritu ávido de ciencia. ¿Deseas que los hombres te tengan por un Dios que alivia sus males y aleja su espanto?

¿Has pensado bien lo que va a ser de tu vida? Tendrás que renunciar a tu vida privada; mientras la mayoría de los ciudadanos pueden, una vez terminada su tarea, aislarse lejos del infortunio, tu puerta deberá estar abierta a todos. A toda hora del día o de la noche vendrán a tumbar tu descanso, tus placeres, tu meditación. Ya no tendrás horas que dedicarle a tu familia, a los amigos o al estudio. Ya no te pertenecerás. Los pobres acostumbrados a padecer no te llamarán sino en caso de urgencia, pero los ricos te tratarán como su esclavo, encargado de remediar sus excesos, sea por una indigestión o por un catarro.

¿Eras estricto en escoger a tus amigos, buscabas la sociedad con hombres de talento, con artistas, de almas delicadas?  En adelante no podrás desechar a los fastidiosos o a los escasos de inteligencia, a los despreciables. El malhechor tendrá tanto derecho a tu asistencia como el honrado. Prolongarás la vida de nefastos y el secreto de tu profesión te prohibirá impedir crímenes de los que seas testigo.

¿Tienes fe en tu trabajo para conquistarte una reputación? Ten en cuenta que te juzgarán no por tu ciencia, sino por casualidades del destino, por el corte de tus ropas, por la apariencia de tu casa, por el número de tus criados, por la atención que dediques a las charlas y por los gustos de tu clientela. Los habrá quienes desconfíen de ti si no usas barba, si no vienes de Asia, si crees en Dioses, otros si no crees en ellos.

¿Te gusta la sencillez? Habrás de adoptar la actitud de un augur. Eres activo, sabes lo que vale el tiempo, no habrás de mostrar fastidio ni impaciencia, tendrás que soportar relatos que arrancan desde el principio de los tiempos para explicar un cólico, ociosos te consultarán solo por el placer de charlar, serás el vertedero de las nimias vanidades.

Sientes placer por la verdad, ya no podrás decirla tendrás que ocultar a algunos la gravedad de su mal, a otros la insignificancia pues les molestaría. Habrás de ocultar secretos que posees, consentir en parecer burlado, ignorante o cómplice.
No cuentes con agradecimiento cuando el enfermo sana, la curación es debida a su robustez, si muere, tú serás el que lo ha matado. Mientras está en peligro, te tratará como a un Dios, te suplica, te promete, te colma de halagos. No bien está en convalecencia, ya le estorbas. Cuando se trata de pagar los cuidos que le has prodigado, ya se enfada y ya te denigra. Cuanto más egoístas son los Hombres, más solicitud exigen.

No cuentes con que este oficio penoso te haga rico.  Te lo he dicho: esto es un sacerdocio. Te compadezco si sientes afán por la belleza; verás lo más feo y repugnante que hay en la especie humana, todos tus sentidos serán maltratados. Habrás de pegar tu oído contra el sudor de pechos sucios, respirar el olor de nauseabundas viviendas, los perfumes subidos de las cortesanas. palpar tumores, curar llagas verdes de pus, contemplar orines, escudriñar esputos, meter el dedo en muchos sitios.

Cuantas veces un día hermoso, soleado y perfumado, al salir de un banquete te llamarán por un hombre que molestado por dolores de vientre te presentará un bacín nauseabundo diciéndote satisfecho: Gracias a Dios que he tenido la precaución de no tirarlo. Recuerda entonces que habrá de parecerte interesante aquella deyección hasta la belleza misma de las mujeres, consuelo del hombre se desvanecerá para ti. Las verás por la mañana, desgreñadas y desencajadas desprovistas de bellos colores, olvidando sobre los muebles parte de sus atractivos. Cesaran de ser Diosas para convertirse en pobres seres afligidos por la desgracia. Sentirás por ellas menos deseos que compasión.

Tu oficio será para ti una túnica de Neso. En la calle, en los banquetes, en los teatros en tu misma casa los desconocidos, tus amigos, tus allegados te hablarán de sus males para pedirte un remedio. El mundo te parecerá un vasto Hospital, una asamblea de individuos que se quejan.

Te verás solo en tus tristezas, solo en tus estudios. La conciencia de aliviar males te sostendrá en tus fatigas, pero dudarás si es acertado hacer que sigan viviendo hombres atacados por un mal incurable, niños enfermizos que ninguna probabilidad tienes de ser felices.

Cuando a costa de mucho esfuerzo hallas logrado que la existencia de algunos se prolongue, vendrá una guerra que lo destruirá todo.

Piénsalo bien mientras estés a tiempo. Pero si indiferente a la ingratitud, si sabiendo que te verás solo entre las fieras humanas, tienes un alma lo bastante estoica para satisfacerse del deber cumplido sin ilusiones, si te juzgas pagado lo bastante con la dicha de una madre, con la cara que sonríe porque ya no padece, con la paz de un moribundo a quien ocultas la llegada de la muerte; Si ansías conocer al hombre, penetrar a todo lo trágico de su destino, entonces, hazte médico, hijo mío.


Hipócrates

"No intentes jamás curar el cuerpo, sin antes haber curado el alma"


En tiempo de los griegos, Hipócrates (460-379 a.C.) fue considerado el padre de la medicina e insistía en el hecho de que un remedio debía ser un alimento y un alimento, un remedio. Hipócrates era un observador paciente y meticuloso anotando con cuidado todos los detalles en el transcurso de la enfermedad, como parte integral del proceso de curación. Buscaba el momento idóneo en el cual el paciente requería un apoyo mediante formas suaves de fisioterapias, masajes, baños, hierbas medicinales específicas (no más de 200) y, sobre todo, alimentos sanos. En aquella época, la inmensa mayoría de los médicos eran viajeros ambulantes e Hipócrates no era una excepción. De este modo, una mayor variedad de plantas medicinales, procedentes de todas partes de mundo conocido, se añadió a la nomenclatura de base.



Dioscoride y Galien

Las dos figuras médicas más importantes de Roma, cuyas contribuciones instauraron las ‘normas’ indiscutibles en botánica y medicina, fueron Pedonius Dioscoride (siglo I D.C) y el griego Galien Claudius, quien ejercía en Roma (aprox. 131-200 D.C). La contribución más importante de Dioscoride se fija en sus cinco libros de botánica, reagrupados bajo el título De Materia Medica, fundamento de todas las Materia Medica subsecuentes a través de Europa durante 1.600 años. El aspecto más destacable de los trabajos de Dioscoride corresponde a la reagrupación de las plantas según sus efectos fisiológicos. No obstante, en los tiempos de Dioscoride, no existía un ‘consenso médico’ (sic) y sus ideas no tenían la aprobación unánime en cuanto a la naturaleza de la enfermedad.

Desde sus principios hasta la Edad media, la Iglesia cristiana impidió toda práctica médica susceptible de imitar a Cristo, preconizando más bien la curación por la fe. La consecuencia de dicha empresa religiosa fue la tentativa de destrucción y supresión de los antiguos conocimientos a propósito de las hierbas y las medicinas naturales. Afortunadamente, estas pudieron ser preservadas gracias a los manuscritos transmitidos secretamente a través de los siglos. Sin embargo, los monasterios se convirtieron en centros de herboristería y prácticas tradicionales, conservando así un gran número de plantas en sus almacenes de hierbas, bautizadas como ‘farmacias’ (del término latino ‘officinalis’). Esos mismos monasterios alcanzaron gran fama por sus jardines de plantas medicinales.

Galien o Galeno

La obra de Galeno se basa en la tradición hipocrática, a la que une elementos del pensamiento de Platón y Aristóteles, que recibe a través del estoicismo de Posidonio. Además, tuvo una excelente formación que le permitió conocer en profundidad las distintas escuelas médicas del momento y añadir a todo ello sus contribuciones originales.

Su fisiología, por ejemplo, se basa en las ideas aristotélicas de naturaleza, movimiento, causa y finalidad, con el alma como principio vital según las ideas de Platón, que distinguía entre alma concupiscible (con sede en el hígado), alma irascible (en el corazón) y alma racional (en el cerebro).



Edad Media

Como la medicina ‘oficial’ dependía del dominio de la Iglesia o del Estado, la medicina tradicional se desarrolló durante la Edad Media y fue relegada a los herbolarios y cuidadores que utilizaron tratamientos no oficiales, asociados con las religiones paganas de antaño para satisfacer las necesidades de los que no podían permitirse los cuidados dispensados por una rica élite médica. Las mujeres y los hombres que utilizaban tales métodos fueron calificados de brujos, así como todos los excluidos de la sociedad que se rebelaron contra la dominación de la Iglesia y del Estado, procurando redescubrir sus supuestas antiguas costumbres religiosas y paganas y sus métodos de curación por el uso de plantas y de diversos encantos. Con el fin de preservar los valores cristianos, la Inquisición y la caza de brujas se convirtieron en un modo supuestamente conveniente para suprimir y denigrar los esfuerzos de los cuidadores no oficiales.


Fue precisamente en la Edad Media cuando vivieron dos de los más grandes precursores de lo que se iba a desarrollar como: utilización de plantas medicinales según su quintaesencia de acción en el organismo. Se comienza por aquel entonces a descubrir, no obstante, sin identificarlos como tales, los modos de acción simpaticotónicos y vagotónicos de cada planta y sus acciones sistémicas.

Hablamos de Hildegarde de Bingen y Paraselso.

Hildegarde de Bingen


Un mensaje para nuestro tiempo

"Las plantas y las piedras curan solo si somos uno con la Naturaleza y con Dios. Primero nuestra alma debe sanar después el cuerpo seguirá".


Hildegarde von Bingen (1098-1179) fundó su primer monasterio en Rupertsberg (Alemania) al ser nombrada abadesa en 1136. Su pretensión se basaba en la idea de integrar el cuerpo, el pensamiento y el espíritu en una terapia que incluyera una dieta equilibrada, hierbas y piedras preciosas.

En primer lugar, es una mujer de fe y de una intensa experiencia de Dios. Vive inmersa en el ámbito de lo trascendente desde la cotidianidad y de las pequeñas o grandes preocupaciones del cada día. Dios que es Padre, fuente de vida y de ternura, Dios que es Palabra creadora, fuerza de salvación y de liberación, Dios que es Espíritu de amor. Supo transmitir esta experiencia de Dios. Ella estaba convencida de que todo aquello que había recibido no podía guardarlo para ella sola. Y escribe, predica, lucha, reza, cura, investiga, canta... expresando y comunicando aquello que le brota de dentro.

Dios es la primera y gran pasión de Hildegarda. Toda su vida es para Él.

La otra gran pasión de Hildegarda es la persona humana. Hombre y mujer, iguales en dignidad, imágenes de Dios, centros del universo creado. Trabajó y luchó toda su vida para retornar la dignidad de personas a quienes la habían perdido por enfermedad física o psíquica, por conflictos espirituales, por ser víctimas de opresiones o de injusticias.

Fue una mujer en busca de su propia humanidad

Proyectó y gestionó la fundación de un nuevo monasterio; realizó una misión profética, intentando la reforma de la Iglesia de su tiempo; a pesar de los obstáculos, consiguió la independencia económica y jurídica de sus monjas; realizó una obra cultural, científica y artística que transcurridos novecientos años aún nos hace pensar y disfrutar; y fue, sobre todo, testimonio de una plenitud espiritual, en una Iglesia regida y controlada por hombres.

Hildegarda fue también una persona contemplativa. Ser contemplativo no quiere decir elevarse unos palmos del suelo ni huir de la realidad, quiere decir mirar muy atentamente la realidad y hacer una lectura desde la fe, viéndola empapada por el amor de Dios. Ella contempla el macrocosmos —el universo entero— a la luz del amor de Dios, y contempla el microcosmos —el hombre y la mujer— inmersos en este mismo amor. El mundo, para Hildegarda, es un mundo en movimiento, es algo dinámico, movido por el Espíritu de Dios. Por este motivo, ella habla con unas imágenes que son luz, viento, fuego, aire. No se trata de nada estático, sino del mundo que se mueve hacia su plenitud en Dios, en una armonía infinita.

Hildegarde consideraba a la persona en su unidad: física, psíquica y espiritual. Examinaba a la persona entera, se preguntaba por qué y la causa de la enfermedad. Asociaba la curación del espíritu con la del cuerpo, y al revés. Sabía que los pensamientos y los sentimientos mal integrados pueden enfermar.

También empleaba la escucha, una escucha activa y atenta, llena de interés por la persona que tenía delante y sus problemas. Y sobre todo empleaba la oración. La curación no era algo mágico, era por gracia y don de Dios que se servía de ella para dar la salud y la alegría a aquel que lo necesitaba. Y su fama de terapeuta se extendió por muchas regiones.

Era una terapeuta holística y humanista.

Paracelso

“Sus prados y sus pastos serán sus farmacias”

Paracelso (1493-1541), médico y alquimista de origen suizo, precisó en su famosa Doctrina de las firmas que las plantas habían sido creadas para el bienestar de la humanidad. Según él, cada planta está provista de un importante signo (firma). Por ejemplo, si las hojas de una planta tienen la forma de un corazón, esta se revela como remedio para el corazón, mientras que las hojas que tengan la forma de un hígado debían ser utilizadas para tratar la ictericia. Encontramos este mismo principio donde los Nativos de América, los chamanes, hombres y mujeres medicina, curanderismo...

Según Paracelso la verdadera medicina debía adquirirse por medio de la observación rigurosa del ser humano en su globalidad y la experimentación en el terreno.  Se inclinaba sobre la idea de que, contra toda enfermedad, existe una planta que crece, mencionando, sin embargo, que toda sustancia en la naturaleza, sin excepción, es un veneno y que lo que realmente importa es la dosificación. Según él, hasta el agua era un veneno si se tomaba en exceso.

Paracelso, en su fabuloso Archidoxes de Teofrasto, fue el primero en marcar una distinción entre la quintaesencia de las materias que componen una planta y la quintaesencia de cada planta en su acción global. Con razón, mencionó: “nótese pues que, en las quintaesencias, muchos grados y cantidades provienen del elemento predestinado y que muchos grados de los elementos corporales proceden de la sustancia, que es diferente.”

En aquella época, Paracelso ya comprendía la quintaesencia de las enfermedades.

Tiempo Moderno
El principio de la era moderna creó una brecha profunda entre las plantas y la química. Nuestro conocimiento de las hierbas y de las plantas medicinales fue invalidado, mientras que la química científica se desarrollaba en un contexto de fuerte industrialización. Las plantas medicinales, en uso desde hace 60.000 años, dejaron de ser percibidas como entidades vivas, vistas a partir de este momento como estructuras químicas aisladas. En el s.XIX, con la primera síntesis del principio activo de la corteza de Sauce (Salix alba), el ácido salicílico, el humano se embarcó en una aventura que podríamos comparar con la conducta de un vehículo dirigiéndose descontroladamente hacia una pared de ladrillos.

En el s.XX, era incluso posible rearreglar la estructura de las moléculas para crear sustancias sintéticas completamente innovadoras. Había nacido una nueva era que nos permitiría a todos gozar de soluciones sintéticas frente a los problemas de la vida.

“Hoy, mientras emergemos lentamente de la pesadilla de un mundo artificial de máquinas corporales controladas químicamente y progresamos en la renovación y el conocimiento de lo que la Tierra significa para nosotros y de lo que le debemos, las palabras de Paracelso son tan válidas hoy como lo eran en el s.XVI:

“Sus prados y sus pastos serán sus farmacias”.

Hasta el s.XIX, el 90% de todas las medicinas eran de origen vegetal. Menos de cien años más tarde, la industria química se convirtió en una mega potencia que nos proponía más de ¡30.000 medicinas sintéticas!, todas producidas en laboratorio. Los daños directos y los riesgos imprevisibles de estos productos químicos sobre nuestras vidas y nuestra salud aparecieron, por primera vez, hacia finales de los años 60.

Herboristería hoy

“Es importante anotar que, con el fin de aportar un apoyo beneficioso en el momento del proceso de curación, todas las medicinas que puedan atenuar los síntomas deberían ser consideradas.

Las medicinas a base de plantas medicinales completas, no sintetizadas, poseen en sí mismas una quintaesencia que el cuerpo reconoce ya que esta sí proviene directamente de la naturaleza; contienen así mensajes que vienen, no para turbar el proceso natural de reparación, sino más bien para modularlo y optimizarlo.

Las sustancias farmacológicas perjudican el proceso de reparación.

Incluso el enfoque terapéutico de varios herbolarios puede también ser condenado al fracaso ya que la mayoría de ellos se desenvuelven bajo una concepción de la enfermedad semejante a la de los médicos: un dolor que se debe eliminar, un microbio que hay que erradicar, una anarquía celular que se debe controlar cueste lo que cueste. Después de todo, la mayoría de los herbolarios estudiaron los mismos libros de anatomía y de biología que los médicos. Esto explica en gran parte por qué un enfoque terapéutico tal como la herboristería puede también, en sí misma, no funcionar de modo óptimo o llegar al punto de resultar ser un fracaso total.

Todas las sustancias naturales o sintéticas poseen una quintaesencia de acción.

En el siglo XIX, cuando se sintetizó el principio activo de la corteza de Sauce (Salix alba) −el ácido salicílico−, para convertirlo en un antiálgico de primer orden, dos errores fundamentales fueron cometidos:

- La supresión del principio modulador de la planta completa, es decir, su inteligencia evolutiva que el cuerpo reconoce y sabe utilizar en el momento oportuno.

- La creación de un antagonismo puro que el cuerpo ya no reconoce.

Esto tuvo, como resultado, dos efectos secundarios perjudiciales. El primero, la modificación de la quintaesencia de la materia; porque aislando el ácido salicílico, que en estado puro provoca una irritación de las mucosas, este ha sido separado de los otros constituyentes de la planta que tienen justamente, como rol, evitar una irritación. El segundo, la modificación de la quintaesencia de la acción. El ácido salicílico, aislado de este modo, hace que la inteligencia de la planta se pierde cuando el humano cree que la suya es superior a la de la naturaleza. Y pagará el precio.

En la Herboristería de hoy es necesario una nueva visión con una reconexión cognitiva y espiritual con la Naturaleza para utilizar las plantas medicinales y otros medios que nos ofrece la Farmacia de Dios según la quintaesencia de acción simultánea en todos los niveles físicos, emocionales, mentales y espirituales visando a la recuperación del equilibrio y la armonía del ser humano de una manera global y holístico.


Una medicina que funciona en simbiosis con las leyes biológicas de la Naturaleza.
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